sábado, 13 de enero de 2007

La Sombra de Carax

Recuerdo que en aquellos días se necesitaba de forma imperiosa un artefacto literario que nos elevase, que nos destruyera anímicamente el temple de poetas por ser falsos, oscuros, tímidos y desinformados; un artefacto mágico de prosa balada, de paladar dulce en canto de un oro ni aún soñado por Midas; fuera de las enredaderas palabrulientas de básicos escritores, un preciado artefacto literario que sea el sueño siendo leído y soñado a la vez; por mí y por mis compañeros. Julián, por esos años, se adentraba en la penumbra de los seres incomprendidos; leído como profeta, sus palabras se transformaron en las migas de las aves deseosas del buen pan, cuando por las calles de piedra fui joven buscándole, las luces de las antorchas que lo vieron pasar se apagaron camuflando su abrigo negro forjado en niebla; creando viento de su sombrero; ocultando de mi persecución su sombra. Bajo la lluvia de pétalos negros, ante el rocío frío de las calles de piedra, sólo logré ocultar en los cuadernos vírgenes el perfume dulce de la sombra de Carax, como la firma que es testamento de todo lo que pueda construir con palabras.

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